Las escrituras hablan de una maravillosa concepción del universo como lo conocemos, gracias a una fuerza suprema, a un Dios que creó todo lo visible e invisible, y los científicos apuntan a una nebulosa protosolar que se formó cuando una supernova hizo explosión… Esto fue hace unos 4,600 millones de años. Antes de esto, se encuentra en los libros de física la teoría del big bang, unos 13,600 millones de años atrás.
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Realmente, ni estábamos por todo esto ni tiene mucha relevancia para este jardinero lo que pudo haber pasado (aunque respeto ambas teorías).
La Tierra comienza uno a mirarla de infante como este único globo entre medio de estrellas, soles, lunas y otros astros. Más adelante, en nuestro desarrollo, se nos va instruyendo (o se nos instruía) sobre la importancia de la tierra como fuente de sustento, como el lugar idóneo para la vida, y con la convicción de que no hay otro lugar habitado ni habitable en todo este universo. Nuestra tierra es tan grande que ningún ser humano, aunque viva mil años, será capaz de visitar y caminar por una tercera parte de sus lugares. Tan rica que nadie podrá probar todo lo que sea comestible; tan hermosa que, aunque vacacionaras toda la vida, no lograrías ver todas sus bellezas.
Pero… ¿qué estamos haciendo para cuidarla? No mucho. He pensado a menudo en los esfuerzos que se hacen en muchos países desarrollados para proteger la capa de ozono, los glaciares, la selva amazónica, los humedales, al mismo tiempo que avanza el desenfrenado desarrollo… pero nada ha resultado ser efectivo. Se celebra el Día de la Tierra como se celebra el Día de las Madres y el de la mujer. Se le dedica un día… un solo día. Ese día se desbordan las instituciones en alabanzas y homenajes para el planeta; del mismo modo que hijos, nietos y esposos se acuerdan que tienen madres, esposas y abuelas. Pero el resto del año, ¿qué?
Soy agricultor. Mi encuentro con la tierra, con la que piso y de la que me alimento, ha sido del tercer tipo. Cuando niño, apenas a los nueve años, mi padre y yo talamos unos mangles en Cataño para invadir un pantano donde viviríamos ilegalmente por décadas. Pienso que fui condenado a “sembrar matas” para resarcir el irreparable daño que le hice al manglar. También pienso que la protección del ambiente, el respeto a la Tierra y a la tierra es prioritario desde la base… No es tomar una camiseta estampada y marchar cada mes de abril… Es trabajando que se hace, es educando… Es haciéndonos sentir desde niños que los ríos, además de hermosos, son importantes; que las abejas, además de picar, son importantes; que la germinación de una semilla es aún más importante que respirar; que sin comida no hay vida y que sin tierra… no hay comida.
Esta columna expresa solo el punto de vista de su autor. Douglas Candelario es agrónomo. Puedes contactarlo a través de su página de Facebook: Douglas Candelario.
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