Cada vez que soplan vientos de corrupción se escuchan las mismas frases: “Es que todos los políticos son corruptos”; “Es igual con todas las administraciones”, o peor aún, “Todo el mundo lo hace.”
El problema es que tanto los “políticos” como las “administraciones” y el “mundo” comenzaron como individuos, como personas comunes y corrientes que, posiblemente, se criaron escuchando la importancia de valores como la honestidad, firmeza de carácter y empatía. ¿Y qué pasó en el proceso? ¿Qué causó que se pudrieran la manzanas?
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Recientemente, me topé con una cita de Aung San Suu Kyu, ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1991 y activista de los derechos humanos en Myanmar: “No es el poder lo que corrompe, sino el miedo. El miedo de perder el poder corrompe a aquellos que lo tienen, y el miedo al azote del poder corrompe a aquellos que están sometidos a él.”
Sí. Todo empieza y termina con el miedo. Es lo mismo con el dinero. Recuerdo haber tenido en una ocasión una discusión con alguien que me dijo que el dinero “daña” a la gente. No creo que sea el dinero lo que nos “dañe”, sino el miedo a perderlo. Ese miedo es lo que nos convierte en esclavos de él. En otras palabras, que no es el dinero o el poder lo que nos hace peores seres humanos, sino el apego que desarrollamos hacia ellos, y el resultado natural de ese apego: el miedo a perder aquello que creemos que nos define como personas.
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Es ese miedo el que, precisamente, nos lleva a hacer cualquier cosa por mantener esa “imagen”, esa cuenta de cheques o ese estilo de vida; el que nos impide reconocer el daño que podemos hacerles a nuestros seres queridos, al país, o al planeta. La próxima vez que no sepas qué hacer antes dos posibles caminos o acciones, te sugiero que te hagas alguna de estas preguntas: “¿Qué tipo de persona quiero ser o cómo quiero ser recordada?”; “¿a quién puedo hacer daño con esta decisión?”; y por último, “¿cuál es mi miedo?”.
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